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lunes, 28 de marzo de 2011

Catástrofes y medios

Una de las mayores máximas del oficio periodístico afirma: “Bad news, good news; good news, no news”. Esto significa que las malas noticias siempre son buenas noticias y que las buenas noticias están ausentes de material noticioso. Resume esta frase muy bien el devenir de la profesión, en la cual, debido a la ingente cantidad de información que nos recorre, cada vez las malas noticias toman mayor relevancia.

La saturación en los medios de las catástrofes, tanto naturales como humanas, están haciendo cada vez una mella mayor en la sociedad, pero de modos bastante variados. Siempre que sucede una catástrofe natural, al ser la cifra de muertos tan alta y estar tan expuestas las imágenes en los medios, la gente acaba por insensibilizarse ante semejante atrocidad, asumiendo la tragedia como una minuciosidad. Sin embargo, cuando los medios tratan las catástrofes humanas lo hacen de tal modo que se genera una alarma general totalmente injustificada. Claros ejemplos son la repercusión en la población que haya podido tener el terremoto de Haití en comparación con la guerra de Irak, siendo el primero alarmantemente trágico en comparación con el número de víctimas del segundo.

Siempre que se produce una catástrofe natural los medios se aproximan al lugar de los hechos y centran su información en el drama humano acontecido. Pasados unos días y ante la carencia de novedosos sucesos, desplazan la noticia a secciones secundarias, recalando sólo en el número de víctimas. Vidas humanas reducidas a números. Cuando la esencia humana queda minimizada a tan pobre recuerdo, un número, las víctimas caen en el olvido. La naturaleza no entiende de maldad y las noticias exentas de ella no merecen una primera plana. Sin embargo los periodistas entienden de humanidad y deberían recalcar las tragedias para que la gente vea rostros en esos números perdidos en el fondo de las páginas.

domingo, 13 de marzo de 2011

El largo camino contra la democracia

El Partido Socialista Obrero Español, en el poder actualmente, y el Partido Popular han presentado sendas querellas contra el nuevo partido de la izquierda abertzxale, Sortu. Desde la previsión de que ETA iba a dejar las armas, han sido numerosos los partidos que se han adelantado a condenar la violencia de la banda terrorista, requisito indispensable para que puedan presentarse a las elecciones municipales.


Sin embargo, pese al cese de la violencia permanente que anunció la banda terrorista y la condenación de ésta por parte de los partidos afines a la independencia de Euskal-Herria tanto el gobierno como la oposición se han abalanzado sobre estas formaciones que abogan por un Estado democrático. Mientras tanto, los dos principales partidos, que desde hace lustros, se turnan en el poder, no hacen más que poner escollos a este tipo de formaciones regionales, las únicas capaces de arrebatarle el poder en las provincias y llegar a tener una representación parlamentaria considerable.


El celo que guardan estos partidos a esta clase de formaciones ya no se refieren en tanto alguno al apoyo político de la banda terrorista, sino más bien al temor de la representación parlamentaria que puedan conseguir. Si se tratase de condenar formaciones políticas poco éticas este requisito se hubiese ampliado a partidos que no condenan el franquismo, como la Falage Española de las Jons o el propio Partido Popular. No hay que olvidar que dicho partido desciende de Alianza Popular, un partido que fundó Manuel Fraga, ministro franquista. El problema es que los partidos abertzales son los únicos capaces de romper el bloqueo político de las grandes formaciones, que comenzó con la reforma de ley provincial que votaron ambos partidos. A lo que asistimos no es una lucha a favor de la democracia, sino en contra de ella y nosotros, pobres ingenuos, lo observamos impasibles.


Estatuto periodístico